"Llegan con frecuencia carros militares llenos de sacos o de chaquetas o camisas viejas de soldados, a menudo con manchas de sangre. Allí se descargan, se distribuyen por las celdas, se zurcen, se vuelven a cargar y se entregan al ejército. El otro día llegó uno de esos carros, tirado, no por caballos, sino por búfalos (...). Proceden de Rumanía, son trofeos de guerra (...) Hace unos días llegó, pues, un carro con sacos, la carga estaba apilada hasta tal altura que los búfalos no eran capaces de franquear el umbral de la entrada. El soldado que los acompañaba, un tipo brutal, empezó a golpear a los animales con tal fuerza con el extremo opuesto del mango del látigo que ¡la vigilante lo reprendió indignada preguntándole si no sentía compasión por los animales! "Tampoco tiene nadie compasión con nosotros los seres humanos", respondió él con una sonrisa maligna y golpeó con más ímpetu... Los animales tiraron finalmente y superaron la montaña, pero uno de ellos sangraba... Son proverbiales el grosor y la resistencia de la piel del búfalo, y la piel estaba desgarrada. Durante la descarga, los animales permanecieron muy quietos, agotados, y uno, el que sangraba, miraba al vacío con una expresión de niño lloroso en el rostro negro y en los ojos negros. Era realmente la expresión de un niño que ha sido castigado severamente y no sabe ni por qué ni para qué ni cómo escapar al tormento de la violencia bruta... Yo estaba delante y el animal me miraba, me saltaron las lágrimas; eran sus lágrimas, no se puede temblar con más dolor por el queridísimo hermano que yo entonces en mi impotencia al ver ese silencioso sufrimiento. ¡Cuán lejanos, cuán inalcanzables, perdidos los libres, verdes y jugosos pastos de Rumanía! ¡Qué diferente cómo brillaba allí el sol y soplaba el viento, qué diferente el bello canto de los pájaros o la llamada melodiosa de los pastores! Y aquí, esta ciudad extraña y sucia, el sombrío establo, el heno repugnante y mohoso mezclado con paja podrida, los hombres extraños y terribles y... los golpes, la sangre que mana de la herida recién hecha... Oh, mi pobre búfalo, mi pobre querido hermano, aquí estamos los dos tan impotentes y aturdidos, unos en el dolor, en la impotencia, en la nostalgia. Mientras, los prisioneros se amontonaban y se afanaban en torno al vehículo, descargaban los pesados sacos y los transportaban al edificio; el soldado, empero, metía las manos en los bolsillos, se paseaba con grandes pasos por el patio, sonreía y silbaba una canción popular. Y toda la magnífica guerra pasó junto a mí..."
La carta entera así como un debate en torno a ella se encuentra en el magnífico libro "La antorcha" de Karl Kraus publicado por la editorial Acantilado, 2011.
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