lunes, 23 de mayo de 2011

SUPOSICIONES




Todos los días pasa a la misma hora por la glorieta de San Jerónimo. Entre las 4:20 y 4:30 de la tarde desde hace un año. Todo lo que sabes de ella son suposiciones pero tienes el soporte del tiempo y de la verdad que habita en el fondo de su mirada.
         Regresa del trabajo con rumbo a su casa y se detiene con el alto. Si la luz roja se apresura, ella baja la velocidad de su auto compacto para coincidir contigo. Ya lleva preparados los cinco pesos y tú... has aprendido a reconocer la marcha y el opaco color rojo de su vocho entre los demás carros. El asiento delantero a su lado siempre está vacío.
         Cada día corres entre las filas de autos para encontrarte con ella. Abre un poco la ventanilla y ves sus ojos de pajarito abandonado asomándose apenas. Le das la bolsita de papel estraza que contiene el momento más dulce de sus días. Lo sabes porque cuando el siga tarda en ponerse, la has observado desde la banqueta, sin que se dé cuenta, deleitarse con tus golosinas.
         Toma el merengue y contempla con ternura los filos dorados de la flor de azúcar. Con delicadeza, separa las dos mitades y lame la espuma rosada cerrando los ojos por un instante. En su mirada asoma un pequeño brillo de satisfacción; casi podrías decir que de alegría. Te sientes cómplice de esos segundos que pasan con prisa. Te satisface ser el creador de esa efímera cajita que ella busca todos los días para ser feliz unos instantes.
Sonríes y quisieras poder darle más de esa espuma que se confunde con pedacitos de su alma que imaginas dulce y suave. Hasta crees ser el causante de que, últimamente, se note en el fondo de sus pupilas un poco menos de oscuridad.
Has pensado en hornearle un merengue grandote, pero no podrías cobrárselo. Tendría que ser un regalo y ella sospecharía de ti y de lo que sabes. Y si se lo vendieras tendrías que aumentar su precio; tal vez no lo quisiera... Lo que es peor, tal vez nunca volviera a detenerse en el crucero.
Ahí viene. Corres hacia ella sonriéndole. La miras a los ojos con la confianza que te da un año de satisfacerla y percibes algo raro en ellos. Baja con premura todo el cristal. Póngame dos, te dice con una gran sonrisa. No sabes si sientes gusto o tristeza. Colocas otro merengue en la bolsa, recibes las monedas y, con la mano aún extendida, ves alejarse su auto que, no sabes por qué razón, hoy luce más brillante... como si lo hubieran lavado.


Angélica Santa Olaya ã


2 comentarios:

LABERINTO ALADO dijo...

Gracias... Sólo eso... y una sonrisa...

Alicia...

Tirimasil dijo...

A ti por la belleza. Mi admiración y cariño...